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viernes, 31 de agosto de 2018

EL «LOCOMÓVIL» CASTILLA


Un artículo de Tarik Bermejo

Abordando como estamos la historia de las carreteras españolas, desde el siglo XVIII hasta hoy mismo, con la publicación de numerosas entradas en este blog, me parece adecuado contar, de manera sucinta, un hecho curioso que tuvo lugar en 1860, de la mano del paisano Pedro Ribera y su primitivo automóvil.

Su profesión y orígenes parecen inciertos, pues dependiendo de la fuente, se le otorga haber nacido en Valladolid o Tortosa, siendo un ingeniero y aventurero a partes iguales. Con la expansión del uso de máquinas térmicas en toda Europa, y con el desarrollo del ferrocarril en plena ebullición, no fueron pocos los que pensaron extender los beneficios del vapor a otros medios de transporte, y más concretamente a la carretera, con el fin de dar servicio a aquellos lugares que no contaban con el nuevo medio de transporte, a la vez que competir con carros y diligencias. En 1855 fue presentada en el Jardín Botánico de Madrid una «locomotora para caminos ordinarios», nombre que se le dio al ingenio exhibido por Valentín Silvestre al ministro de Fomento y al Director de Obras Públicas, si bien parece ser que no pasó a mayores.

En el Reino Unido ya existían diversos modelos de locomotoras aptas para circular sin la necesidad de raíles. Estos vehículos, conocidos como «locomóviles» o «locomotoras de carreteras», constaban de un puente de mando que permitía el guiado de la máquina en la parte frontal; en la parte posterior se ubicaban tanto la caldera como el depósito de agua y ténder para el carbón, así como un pequeño espacio para la maniobra de los fogoneros. Las ruedas que poseían eran cuatro: metálicas y planas, siendo las dos frontales de la mitad del diámetro que las traseras. Asimismo contaban con una reductora de potencia para evitar perder el control.