La implacable ruta de
la sed
1ª Parte. Minglanilla-Alcalá del Júcar
A menudo lo mejor es improvisar,
tomar decisiones sobre la marcha, elegir los caminos según se vayan presentando
las alternativas. Estoy hablando de un viaje por carretera, no de la vida. Las
metáforas quizá las deje para más adelante, si surgen, como surgen las
alternativas. De momento voy rodando por la autovía A-3 tratando de escapar de
Madrid hacia el Mediterráneo. Puede ser un viaje de rutina de poco menos de
quinientos kilómetros y poco más de cuatro horas, o puede ser lo que yo quiera,
incluso un viaje de poco más de quinientos kilómetros y poco menos de ocho
horas. Puedo atravesar sólo cuatro provincias, o atravesar incluso cinco, si lo
deseo. Atravesar más de cinco ya supondría dar un largo rodeo que dispararía
excesivamente la distancia y el tiempo de viaje, y tampoco se trata de esto,
aunque acabe de inaugurar mis vacaciones. Me esperan al otro lado del mapa y no
comprenderían una excesiva demora por mi parte.
Estoy
improvisando tanto, que ni siquiera he mostrado interés en llenar el depósito
de combustible de la moto antes de partir. En consecuencia, la luz naranja del
testigo de la reserva se enciende apenas superada la primera veintena de kilómetros
del trayecto. Me desvío en la primera gasolinera que me sale al paso y cargo el
tanque de gasolina sin plomo de 95 octanos casi hasta rebosar. Más de 20 litros y cerca de 30
euros, o 30 euros exactos por aquello de redondear la cifra y evitar monedas de
vuelta, que ahora ni lo recuerdo, ni quiero recordarlo. Me retiro de los
surtidores y me dedico a fumar un momento ensimismado, meditando acerca de lo
que quiero hacer exactamente en este viaje. Es el mediodía del 1 de Septiembre
de 2014, Lunes. El verano de este año ha
sido hasta la fecha irregular y discontinuo, y amenaza con manifestarse en toda
su tórrida crudeza durante el mes de Septiembre. El mes comienza fuerte, desde
luego, y el calor aprieta sin clemencia. La indumentaria de motorista, como de
costumbre, no hace sino agravar la situación térmica. La chaqueta de Gore-Tex, los pantalones de cuero, las
botas cortas, el pañuelo de cuello y el casco son de color negro, y absorben
maravillosamente bien la radiación solar, forzando al cuerpo a romper a sudar
de inmediato, transmitiéndote una permanente y desagradable sensación de
asfixia que ya no cesará hasta que llegues a destino y puedas reconciliarte con
el mundo bajo el chorro helado de una ducha.
Regreso a la
autovía. He decidido continuar por la A-3 hasta Honrubia, en donde me desviaré,
como suele ser habitual, por la primitiva N-III. Una vez en Minglanilla ya
pensaré si viro hacia el sur por carreteras comarcales en dirección Almansa o
continúo camino hasta Valencia. Mi decisión dependerá del calor, de la hora y
del estado de ánimo. Quizá tenga que detenerme a comer, quizá no, y pueda
mantenerme activo durante centenares de kilómetros con alguna bebida isotónica
y un par de galletas energéticas que llevo entre el escueto equipaje. Muchas veces
ha sucedido así, me he alimentado durante horas sólo a base de recorrer
distancias, como si el viaje en sí me aportase todo el sustento vital
necesario. Pero por el momento, los 166 kilómetros de
autovía entre Madrid y Honrubia son insufribles debido al calor y al intenso
tránsito de salida de vacaciones. No olvidemos que Septiembre sigue siendo un
mes de vacaciones estivales para muchas personas, aunque no genere el mismo volumen
de desplazamientos de los meses de Julio y Agosto.
Hacia la una y
media de la tarde llego al desvío de Honrubia, tomo la N-III, y me dejo acoger
amistosamente por la vieja carretera a lo largo de los 68 kilómetros que me
separan de Minglanilla. Con la visera del casco completamente levantada, a
punta de gas, suavemente, como meciéndome a través de las curvas y de las
ondulaciones del terreno, voy dando cuenta demorada de un trayecto que podría
recorrer hasta con los ojos cerrados. En los alrededores del embalse de Alarcón
el sofocante calor estival se mitiga en contacto con la abundante vegetación y
el agua remansada. Pero el alivio es efímero, y al regresar a las inmensas
rectas que llevan hasta Motilla del Palancar y Minglanilla, el verano extremo
de estas comarcas manchegas vuelve a manifestarse en todo su esplendor
sofocante. A las dos de la tarde asoma la extensa silueta del casco urbano de
Minglanilla en el horizonte. Es el momento obligado de tomar una decisión:
seguir hacia el este o virar hacia el sur.
Casas Ibáñez
40. Carretera autonómica CM-3201. Instintivamente he tomado la derrota del sur
para volver a recorrer unos ásperos territorios por los que transité en el
pasado. La carretera ha sido mejorada muy ligeramente, pero los territorios
siguen siendo tan desolados como cuando los recorrí por última vez, en unas
condiciones atmosféricas muy diferentes a las de hoy, pero no menos
desagradables, con lluvia, con viento y con frío extremo. Esta es la ruta de
enlace entre la N-III y la antigua N-430, actual autovía A-31, y cruza de norte
a sur la vasta franja oriental de la inmensa provincia de Albacete, la novena
más extensa de España. El sol de las primeras horas de la tarde cae a plomo
sobre las resecas llanuras apenas jalonadas por pequeños y dispersos pueblos
que pasan inadvertidos al viajero, deslumbrado por la intensa luz estival. El
límite de provincias entre Cuenca y Albacete, en las proximidades de Villamalea,
señalado con un escueto cartel, también me hubiera pasado completamente
desapercibido, de no ser porque lo andaba buscando, y lo encontré. De aquí a
Casas Ibáñez todavía 16
kilómetros interminables que bien podrían pasar por 50 ó
60. Cuando llego por fin a esta importante población albaceteña, en el cruce
con la N-322, me asalta por primera vez en el viaje la tentación de pararme a
comer en condiciones, esto es, quizá en la terraza de algún restaurante de
carretera para degustar unas excelentes chuletas de cordero a la brasa, tan
típicas de la zona. Para entonces llevo ya recorridos alrededor de 260 kilómetros sin
parar, la moto va a pedir gasolina muy pronto, la temperatura ambiente supera
seguramente los 35 grados centígrados y yo empiezo a experimentar los primeros
síntomas de la deshidratación, uno de los cuales, y de los más peligrosos
cuando vas conduciendo, es el de la vista nublada.
Entro pues en
el casco urbano de Casas Ibáñez y completamente desorientado consigo desembocar
en un frondoso parque con un bar y un quiosco de helados. Los paisanos que
toman el aperitivo sentados en las terrazas de ambos establecimientos alzan los
ojos para observarme con curiosidad cuando aparco la moto en sus proximidades y
empiezo a despojarme de mi pesada indumentaria, que seguramente me asemeja más
a un astronauta que a un simple y cotidiano viajero terrestre que recorre la
provincia. Supone todo un alivio desprenderse del casco, de los guantes -trabajosamente,
porque tengo las manos sudadas y se resisten a salir-, del pañuelo de cuello y
de la agobiante chaqueta de Gore-Tex,
que no fue diseñada en absoluto para recorrer estas latitudes en verano. Respiro
profundamente y enciendo un cigarrillo, y después otro, y quizá un tercero
antes de hacer otra cosa, pues las ganas de fumar, después de casi tres horas
consecutivas de viaje, son insoportables incluso por encima de la necesidad
apremiante de comer o de beber. Veo un extraño automóvil marca Spartan con matrícula histórica aparcado
junto a mi moto. Realmente no parece muy antiguo, ni muy histórico, pero esto
es lo que hay, y le saco una foto con el teléfono móvil, que de inmediato envío
por whatsApp al grupo EN LA CARRETERA, homónimo de este blog y
de la página de Facebook, en donde los otros dos miembros del equipo, Antonio
Teruel y Escorpio10, van a ir subiendo más o menos en directo las imágenes que
les vaya enviando de mi viaje, según habíamos convenido el día anterior. Y a
las 14´25 horas tiene lugar la siguiente conversación (extractada) escrita
entre nosotros:
-Route1963: Casas Ibáñez, en directo.
-Antonio Teruel: Vaya, nos enviamos fotos a la vez. (Él acaba de subir una fotografía de la portada
del diario Levante de Valencia en la que se lee que el segundo tablero del
viaducto de la A-3, en Contreras, también deberá repararse).
-Route1963: Pero yo estoy en ruta!
-Antonio
Teruel: Qué coche histórico más chulo.
-Route1963: Mando fotos para que Escorpio las suba a la
página en vivo. Ahora tiraré para Alcalá del Júcar.
-Antonio
Teruel: Por Jorquera o directo?
-Route1963: Directo. Luego tiro para Jorquera.
-Antonio
Teruel: Entonces darás más vuelta. Cómo
volverás desde allí hacia Almansa?
-Route1963: Pero hace un calor criminal. Jorquera-Casas
de Juan Núñez-Alpera-Almansa.
-Escorpio10: Dónde está ese coche histórico?
-Antonio
Teruel: (…) Yo lo haría al revés, primero
a Jorquera y de allí a Alcalá. Uff, qué vuelta.
-Route1963: El coche está en Casas Ibáñez, Escorpio. Un
paseo.
-Escorpio10: Vale, lo habías puesto antes y no lo vi.
-Route1963: Tranqui.
-Escorpio10: Si subes a Jorquera y un pelín más arriba,
encontrarás hitos y señales antiguas con cajetines amarillos impertérritos y
todo.
-Antonio
Teruel: De Casas de Juan Núñez a
Higueruela, y de ahí a Alpera… Así tocas menos A-31. Aunque MENUDA VUELTAAAAA.
-Escorpio10: Ey, que lo que importa es el viaje, es el
fin en sí mismo. En un rato publico el coche.
-Route1963: Os sigo informando, socios.
-Escorpio10: Ok.
Compro una
botella de litro y medio de agua helada en el quiosco. Pregunto por la
gasolinera más cercana de camino a Alcalá del Júcar y me informan amablemente
de que hay una en Las Eras, casi llegando a esta localidad turística. Me bebo
media botella de agua de un trago, guardo el resto en la maleta trasera o top-case, en el argot, y reanudo la
marcha. Son las tres menos diez de la tarde. Ahora comienza de verdad lo
interesante de mi improvisada e implacable ruta de la sed. Las chuletas de cordero
a la brasa pueden esperar. O tal vez en Alcalá del Júcar, media hora más tarde,
sea llegado el momento. O nunca. El agua y el tabaco me han saciado bastante.
Soy un tipo duro, un viejo lobo solitario de la carretera curtido en mil y una
batallas mucho peores que esta. Aunque cuando alcanzo de nuevo el cruce de la
N-322, Albacete a la izquierda, Requena a la derecha, bajo un sol despiadado, me
vuelven a asaltar de nuevo todos los terrores posibles e imposibles. Desprende
fuego el asfalto de la carretera nacional y el motor cansado de mi vieja Honda Varadero del 99 arroja, a su vez,
ardientes turbonadas ascendentes que me queman las piernas, los brazos, las
manos y la cabeza. La aguja blanca del reloj de la temperatura se ha disparado
hacia la derecha, muy cerca de la escala roja de peligro, y el ventilador ruge
endemoniadamente tratando de disipar en vano este calor apocalíptico. Si en
verdad existe el infierno, los condenados al suplicio eterno deben experimentar
sensaciones muy similares a las que padezco yo en estos momentos. Incapacitado
para orientarme correctamente, no puedo por menos que equivocar el camino dos
veces, pero rectifico a tiempo y enderezo el rumbo. Podía haber sido peor:
apenas si he perdido cinco minutos.
Me encuentro
de nuevo en la CM-3201, camino de Alcalá del Júcar, como tenía previsto. En
mitad de la nada, en un cruce de carreteras vecinales que llevan a Zulema y
Casas de Ves, aparece la gasolinera de Las Eras. En muchos mapas ni siquiera figura
rotulado este lugar. Es como si no existiera. Vuelvo a llenar el depósito de
combustible y hago una visita a los lavabos para aliviar la vejiga. Esto
significa que aún no he sudado lo bastante, pues de lo contrario no necesitaría
orinar. Y de hecho no volveré a hacerlo durante el resto del viaje, porque es a
partir de aquí cuando voy a romper a sudar copiosamente hasta agotar todas mis
reservas corporales y las de la botella, de agua ya recalentada, que guardo en
la maleta trasera.
A las tres y
cinco de la tarde tomo tres fotografías de este lugar con el teléfono móvil y
las envío de inmediato al grupo, con el siguiente mensaje: Las Eras (AB). Camino de Alcalá del Júcar. Pero no obtengo
respuesta. Mis socios están comiendo, se han echado la siesta o han silenciado
sus teléfonos móviles y se han desentendido momentáneamente de mi aventura. El
reportaje en directo en la página de Facebook, como tal, no se está llevando a
cabo de la forma que habíamos previsto la víspera, pero parte de la culpa es
mía, por viajar a unas horas tan intempestivas en las que a nadie se le
ocurriría ni asomarse a la calle, no digamos ya lanzarse a la carretera en el 1
de Septiembre más tórrido de la historia de España desde que existen registros
meteorológicos. Lejos de contrariarme por estas adversidades, yo sigo a lo mío,
y aún tengo muchas cosas que hacer. Estoy pasando más calor del que he
acumulado en todos los días de mi vida juntos, pero no puede decirse que me
esté aburriendo en absoluto, sino todo lo contrario. Ha llegado el momento de
relegar las fotografías a un segundo plano y prepararse para grabar video en
marcha desde la moto. Los parajes que voy a recorrer a continuación lo merecen,
de modo que preparo el soporte de la cámara, la propia cámara de video y su
mando a distancia, que a veces funciona correctamente y a veces, la mayoría de
ellas, falla con estrépito. Yo mismo me sorprendo de la ensimismada
laboriosidad con que me ocupo de estas tareas técnicas, sometido a una
temperatura cercana a los cuarenta grados centígrados, sudando a mares,
deslumbrado por una luz solar insoportable en mitad de estos páramos salvajes,
acuciado por una sed insaciable que a duras penas consigo atenuar mediante
largos sorbos de la botella de agua ya recalentada. Y sin embargo mi actividad
es frenética, la lucidez de mi cabeza ejemplar y la estabilidad de mi cuerpo
asombrosa en unas condiciones ambientales tan hostiles.
Pero lo mejor
de todo es que puedo seguir conduciendo y tengo combustible para hacerlo por lo
menos durante otros 300
kilómetros por estas carreteras lentas y demoradas de mi
particular ruta de la sed. El paisaje va a cambiar enseguida, provocando una
ruptura geográfica inesperada en la inmensa llanura manchega. El río Júcar abre
un vasto y abrupto cañón en su curso que obliga a la carretera a precipitarse
hacia el abismo de su ribera. Se suceden las curvas y revueltas inverosímiles
en pronunciada pendiente que llevan hasta Alcalá del Júcar, tres kilómetros más
abajo, un pueblo hermoso y singular como pocos. Hacía algunos años que no
volvía por aquí, a este lugar desconcertante y contradictorio en donde puedes
degustar las mejores chuletas de cordero a la brasa del universo conocido y al
mismo tiempo alojarte en el peor hostal del mundo, con las sábanas sucias, el
mobiliario desvencijado y las ventanas rotas. En donde puedes guardar tu moto
una noche de invierno en la pista de baile de una discoteca de verano cerrada,
entre cajas de refrescos vacías y bafles llenos de telarañas, o subirte en un
viejo tractor Barreiros abandonado junto a la carretera en plena travesía urbana.
Un lugar desconcertante, contradictorio y extremo, en donde puedes
congestionarte por el calor o entrar en una tiritona perpetua de frío y humedad
dependiendo de la estación del año. Pero un lugar al que nunca te importa
regresar, aunque sea un momento, de paso, de camino hacia otro sitio. Como
ahora, porque aunque la tentación de detenerme a comer ha vuelto a asaltarme
varias veces mientras cruzo parte del pueblo olfateando con deleite la carne a
la brasa que crepita en las parrillas de leña al aire libre, finalmente he
decidido continuar sin pausa con el itinerario previsto.