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lunes, 18 de enero de 2016

DOMINGUEROS ESPAÑOLES EN LOS AÑOS 70








 
        Aunque el término dominguero empezó a emplearse y a hacer fortuna en los años sesenta, cuando comenzó la motorización de la sociedad española y las carreteras del país se llenaron de automóviles utilitarios, en realidad los españoles ya llevaban decenios comportándose como domingueros, aunque no dispusieran de vehículo propio. Y es que, en nuestro país, lo de salir los domingos a pasar todo el día al campo o a la playa era una tradición cultural mediterránea muy saludable y bien asentada. Y a falta de vehículos particulares, buenos eran los trenes o los autobuses colectivos para escapar de las ciudades durante la jornada de asueto dominical, y pocos eran quienes se quedaban en sus casas.


El desarrollismo español de los sesenta provocó un inesperado aluvión de coches y de domingueros motorizados en las carreteras, y este fenómeno popular, al adquirir muy pronto las dimensiones de una plaga incontrolable, recibió enseguida una indisimulada consideración peyorativa. De hecho, el término dominguero es inequívocamente despectivo, y en sus orígenes se utilizaba para repudiar a los malos conductores, todos aquellos que utilizaban su coche sólo los fines de semana o los domingos, y que por lo tanto podían considerarse como novatos aficionados al volante y poco diestros en el manejo de los automóviles y bastante negligentes en el cumplimiento de las normas de circulación.

En pocos años, y a fuerza de golpes de chapa, los domingueros probablemente consiguieron conducir con la suficiente solvencia que requerían los tiempos e incluso las mujeres empezaron a sacarse el carnet y sacudirse este viejo estigma de subordinación al varón. Pero los domingueros ya jamás podrían desprenderse del odioso sambenito que habían recibido de nacimiento, y si ya no eran sinónimo de malos conductores —o al menos no lo eran tanto—, sí seguían representando la mediocridad y el fracaso social de la incipiente clase media española, que se dejaba el corto jornal pagando los plazos de la vivienda, del televisor y del automóvil, y con la calderilla sobrante no podía hacer ya otra cosa mejor que abarrotar las carreteras los domingos (la mayoría trabajaban de lunes a sábado) para buscar en competencia con sus iguales algún paraje campestre o playero en donde comerse una tortilla de patata asediada de moscas.