Un relato de Route 1963
Eran las cero horas del sábado 1 de agosto de 1936 cuando llegamos a los bosques de la Dehesa de la Villa. Para nuestra desgracia tampoco era este un paraje especialmente seguro. Casi todas las mañanas aparecían entre los árboles decenas de cadáveres de civiles tiroteados. A veces los asesinaban en el lugar, otras los traían ya muertos sus verdugos en camionetas o en autos particulares y los abandonaban sobre el terreno sin darles sepultura. Pero en todo caso era mejor esconderse aquí que seguir dando vueltas por las calles expuestos a cualquier percance. Mientras subíamos por un camino de tierra que se adentraba en lo más espeso de la fronda yo caí en la ilusión óptica de ver cuerpos abatidos y cañones de fusiles que nos apuntaban en donde tal vez sólo había sombras y siluetas naturales. Las pistonadas del motor bicilíndrico de la Brough Superior sonaban acompasadas en el silencio de la noche, apenas respondidas por el canto de los grillos y el rumor del agua de alguna fuente que manaba en la oscuridad. El olor de las plantas y el frescor grato del bosque nos hicieron sentir de improviso un bienestar largo tiempo olvidado después de tantas privaciones y riesgos, y fue entonces, y sólo entonces, cuando por primera vez empecé a creer que podríamos escapar y salvarnos, pero mi esperanza duró apenas unos minutos, hasta que nos encontramos con los faros deslumbrantes de un automóvil que bajaba en dirección contraria.