Un relato de Route 1963
Pero él no pareció escucharme porque, absorto como estaba en la contemplación de aquella masacre, descendió unos metros por el terraplén y se dedicó a iluminar uno por uno con la linterna todos los cadáveres que teníamos a la vista con una aplicación casi judicial, como si pretendiera identificarlos, descubrir la causa de su muerte o encontrar entre ellos a alguien conocido. Esta operación le llevó unos minutos que a mí se me hicieron interminables, y cuando regresó por fin traía el rostro descompuesto y la mirada tan perdida como deben de tenerla quienes vuelven de una visita al infierno.
—Esta noche Caín el maldito se ha paseado por aquí a sus anchas —fue todo lo que se le ocurrió decir.
—¿Conoces a alguno?
—No he podido verles la cara a todos. No me atrevo a moverlos, pero creo que no conozco a ninguno. Hay tres mujeres. Lo de siempre: un tiro en la nuca.
—¿Y a qué esperamos para marcharnos? ¿Es que nos vamos a quedar aquí toda la noche para que nos pase lo mismo que a esos infelices?
—Tengo una pistola —me soltó Juan de repente.
—¿Una pistola? ¿De dónde la has sacado?