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miércoles, 10 de mayo de 2017

LAS AVENTURAS DEL SARGENTO NOGUERAS Y EL GUARDIA BRIONGOS. (Motoristas de la Guardia Civil de Tráfico). 12ª Entrega


Este es un relato de ficción. Todos los personajes, los lugares y las situaciones son, por lo tanto, imaginarios, y cualquier parecido con la realidad ha de considerarse como una mera coincidencia. Fue publicado por primera vez en el año 2004 en un foro motorista de internet, y debido a determinados pasajes escabrosos de la narración se hizo necesario aplicarle algún tipo de omisión o censura en alguna de las entregas. Se ofrece ahora íntegro en su versión original en este blog, y por tal motivo hemos de advertir que LA LECTURA DE ESTE RELATO NO ES ADECUADA PARA MENORES DE DIECIOCHO AÑOS.



Un relato de Route 1963

En las largas rectas de la nacional 296 el sargento Nogueras se dedicó durante un buen rato a prepararse para el reto que se avecinaba. No era este el terreno en donde iba a medirse con Venancio, desde luego, pero tampoco estaba dispuesto a gastar energías en balde metiéndose por carreteras más complicadas, que además escaseaban en la comarca. Y sobre todo no quería demorarse mucho, porque estaba deseando volver a ver a Mónica, la celestial camarera del motel, y tenía interesantes propuestas que hacerle antes de que se presentase Venancio. Así es que fue aquí en donde probó el estado de forma actual de la ZZR-1100, empezando por la aceleración del motor en marchas cortas, que seguía siendo absolutamente brutal, y continuando por los frenos, perfectamente dosificables y dispuestos a responder con asombrosa eficacia a todas las demandas que se les hiciera. Por último, las suspensiones y la presión de los neumáticos, dos de las cosas más importantes a la hora de pretender ir a saco en un puerto de montaña, no terminaron de convencerle, las primeras por demasiado blandas y los segundos por demasiado duros, así es que tomó la decisión de subsanar estas anomalías, en la medida de lo posible, en cuanto se detuviera a repostar. Mientras llegaba a la gasolinera que tenía previsto estuvo ejercitándose físicamente durante varios kilómetros moviendo el cuerpo encima de la moto y simulando tumbadas, movimientos de caderas, de rodillas y de brazos, hasta que empezó a encontrarse cómodo y seguro de sí mismo. No se le olvidaba el hecho de que la CBR-900 de Venancio era una moto más ágil y ligera que la suya para afrontar el complicado ascenso al Alto del Tossal, pero él confiaba en esos recursos y habilidades propias que tantas veces había tenido ocasión de demostrar como motorista de la Guardia Civil de Tráfico. Y mentalmente iba recreando en su cabeza todas y cada una de las rectas y curvas del Puerto en su correspondiente orden, pues se conocía de memoria el recorrido y podía verlo con los ojos cerrados, que era eso lo que estaba haciendo, y diseñaba estratagemas, porque sabía que habría zonas en donde tendría que dejar que Venancio se escapase, y calculaba en dónde podría volver a alcanzarle y en dónde volver a dejarle marchar. Empezaba a tener muy clara su estrategia para esta carrera: que el otro tomase desde el principio la iniciativa y rodara siempre delante. En las primeras curvas del descenso hacia la Venta la Reme era en donde Nogueras había previsto asestarle a Venancio unos buenos hachazos, que si bien probablemente no iban a sentenciar la carrera, porque el madrileño todavía tendría tiempo de reaccionar, sí que allanaban el camino para el golpe de gracia definitivo, que tendría lugar en los rápidos y vertiginosos curvones de los cinco últimos kilómetros. Para cuando Venancio quisiera llegar a la meta de la Venta la Reme, Nogueras contaba con estar ya sentado a la mesa con un vasito de vino tinto para darle la bienvenida y amonestarle por el retraso.


Se detuvo en una gasolinera a mitad de trayecto entre el cuartel y el motel del Alto del Tossal, tal y como había planeado. Lo primero que hizo fue situarse en una zona retirada de los surtidores para levantar el asiento y sacar las herramientas, a sabiendas de que tendría que sacar también los malditos zapatos rojos de tacón, cosa que no le apetecía nada hacer en público, como es natural. A continuación empleó unos pocos minutos en tensar y engrasar la cadena y unos cuantos más en endurecer hasta tres posiciones el muelle del amortiguador central, y esta operación le costó más trabajo del que había previsto, porque la tuerca de regulación estaba durísima y la llave de la dotación de herramientas era mala de solemnidad, según los estándares de calidad de las marcas japonesas para este tipo de accesorios. Sudando a mares volvió a colocar las herramientas en su sitio y también los zapatos, lo que le resultó ahora tan complicado que estuvo a punto de desistir y tirarlos en un terraplén lleno de escombros y basura que había al otro lado de la cerca metálica de la gasolinera. No lo hizo, pero a cambio tampoco logró que el asiento encajara bien y tuvo que forzarlo más de lo que hubiera deseado. A continuación se acercó hasta un poste en el que se leía: Aire y agua. No había que fiarse demasiado del manómetro que colgaba del extremo de la manguera del aire, cuyas lecturas de bares por centímetro cuadrado a buen seguro serían más bien tirando a surrealistas, pero en todo caso las gomas de la Kawa tampoco estaban frías, requisito deseable a la hora de medir correctamente la presión de los neumáticos, así es que Nogueras decidió tirar por la calle del medio. Cogió la manguera del agua y mojó a conciencia las ruedas de la moto para que se enfriaran. Entonces sintió sed, una sed terrible que se le antojó insaciable, pero cuando iba a beber directamente del chorro de la manguera vio en el poste un letrero que decía: Atención, agua no potable. Esto le costó dos euros, los que tuvo que introducir en la máquina de refrescos que había unos metros más allá, primero una moneda para sacar una lata de Aquarius helado, que se bebió casi sin respirar, y luego otra moneda para sacar una segunda lata del mismo refresco, porque la primera no le había quitado toda la sed descomunal que sentía. Se la bebió casi tan deprisa como la anterior, pero ya empezó a notar cierto alivio, de modo que se aplicó en vaciar completamente el aire de los neumáticos para volver a llenarlos. Ni siquiera se tomó la molestia de consultar el manómetro. Hizo varias pruebas, llenando, vaciando y subiéndose en la moto para mover la dirección y comprobar los resultados. Cuando los consideró satisfactorios enroscó los tapones de plástico de las válvulas, arrancó la moto y se acercó a los surtidores. Echó sólo diez litros de gasolina sin plomo de 98 octanos. No quiso llenar el depósito para no hacer más pesada la Kawa. Por último entró en las dependencias de la gasolinera, saludó al empleado, que era conocido, cambiaron unas palabras, pagó el combustible y volvió a la carretera.


Después de estas operaciones improvisadas la ZZR-1100 mejoró notablemente. Ya se veía abrasando a Venancio en el Puerto. Es más, estaba deseando que llegase ese momento. Aunque no tanto como deseaba ver a Mónica. Para ser sinceros, si le hubiesen dado a elegir, entre perder la carrera y pagarle a su enemigo una comida de lujo y llevarse a dar una vuelta a la camarera y meterse luego en la cama con ella, cinco mil veces de cada mil habría preferido esto último. Y sin embargo, según se temía Nogueras, probablemente fuese más difícil lo segundo que lo primero. También es verdad que las motivaciones eran diferentes en uno y otro caso, aunque su rivalidad con Venancio fuese la misma en ambos. Y por supuesto era de suponer que fuese cual fuese el desenlace en uno de los dos frentes abiertos, eso no condicionaba el desenlace en el otro. Es decir, que podía ocurrir que cualquiera de los dos ganase la carrera y al mismo tiempo se llevase a Mónica al huerto, aunque ambos sucesos carecieran de relación entre sí. O bien que uno ganase la carrera y el otro se ganase a la camarera. La tercera y última opción era que ninguno de los dos obtuviera los favores de la chica. En todo caso, lo único que no admitía discusión es que de la carrera saldría un ganador claro.

Iba tan abstraído Nogueras con estos pensamientos que casi se pasó de largo el motel del Alto del Tossal. Tuvo que pegar un brusco frenazo para reducir la velocidad y poder meterse en la explanada de grava. Como era habitual a esas horas, la explanada estaba atestada de camiones aparcados de cualquier manera. Los camioneros llegaban, abandonaban el camión a su suerte y entraban corriendo en el bar del motel para verle el canalillo a Mónica. Ni siquiera les importaba la comida de la cocina de aquel local, que tenía la triste reputación de ser infame en grado sumo. La contemplación del rostro y del escote de la rubia, junto con su pícara sonrisa y su agradable simpatía, ya era suficiente alimento para aquellos hombres transidos de kilómetros. A Nogueras le sucedía más o menos lo mismo, si bien con la notable diferencia de que él no se alimentaba sólo espiritualmente con la presencia de la camarera, y a ser posible mientras hablaba con ella sin quitarle los ojos de encima procuraba además dar buena cuenta de una apetitosa ración de boquerones en vinagre. Y es que los aperitivos del bar eran una cosa sublime, nada que ver con el rancho cuartelero del comedor. Se le hacía la boca agua a Nogueras pensando en ello mientras aparcaba la moto a la sombra mínima de un raquítico arbolillo que había junto a la fachada del motel. Le puso el candado de disco a la Kawa y entró sin más demora. Era la una y media de la tarde de un sofocante jueves de agosto que para el sargento valenciano se presentaba muy, pero que muy prometedor.

CONTINUARÁ


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