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miércoles, 15 de febrero de 2017

LAS AVENTURAS DEL SARGENTO NOGUERAS Y EL GUARDIA BRIONGOS. (Motoristas de la Guardia Civil de Tráfico). 1ª Entrega


Este es un relato de ficción. Todos los personajes, los lugares y las situaciones son, por lo tanto, imaginarios, y cualquier parecido con la realidad ha de considerarse como una mera coincidencia. Fue publicado por primera vez en el año 2004 en un foro motorista de internet, y debido a determinados pasajes escabrosos de la narración se hizo necesario aplicarle algún tipo de omisión o censura en alguna de las entregas. Se ofrece ahora íntegro en su versión original en este blog, y por tal motivo hemos de advertir que LA LECTURA DE ESTE RELATO NO ES ADECUADA PARA MENORES DE DIECIOCHO AÑOS.


Un relato de Route 1963

LUCHANDO A BRAZO PARTIDO EN EL ALTO DEL TOSSAL

El sargento Nogueras y el número Briongos eran motoristas de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil adscritos al puesto de Ventolana, un municipio de mediano tamaño perdido en el corazón continental de la España profunda. Nogueras era valenciano y Briongos aragonés, y aunque ambos llevaban ya varios años destinados en esta árida comarca tan alejada de sus lugares de origen, todavía conservaban esos peculiares acentos que tanto delataban sus respectivas procedencias. Y no sólo sus acentos, sino también las frecuentes apelaciones a sus vírgenes autóctonas (Nogueras a la de los Desamparados, Briongos a la del Pilar), a las que acostumbraban a mentar inconscientemente, a modo de exclamación, sin ningún propósito irreverente ni piadoso. Pero aquí terminaban las semejanzas entre ellos. Porque, en efecto, en todo lo demás eran completamente diferentes y hasta opuestos el uno del otro. Nogueras impulsivo, tenaz, aguerrido y echado para adelante. Briongos reposado, reflexivo, manso y un punto apocado. Y sin embargo a pesar de esto, o precisamente por ello, ambos formaban la mejor patrulla de motoristas del puesto de Ventolana y sus mandos les tenían en gran consideración. Eran los mejores en todos los cometidos que llevaban a cabo. Habitualmente estos cometidos no iban mucho más allá de meras actividades de rutina en la carretera nacional 296 a su paso por la comarca de las Tierras Grises, a la que pertenecía Ventolana, esto es, regulación del tránsito, asistencia en averías y accidentes, comprobación de documentaciones y, llegado el caso, sanción de las infracciones cometidas por los conductores. Pero a veces también se tenían que enfrentar a situaciones más comprometidas, bien fuera la persecución de vehículos sospechosos que no respetaban la señal de alto, atracos en gasolineras, altercados y reyertas en establecimientos públicos, o catástrofes naturales en las que ineludiblemente eran llamados a intervenir en auxilio de las víctimas y a veces con riesgo considerable para sus propias vidas.

Tanto a Nogueras como a Briongos les satisfacía su profesión, en general, pero por diferentes motivos. El sargento era un motorista entusiasta que había llegado a pedir su traslado a la Agrupación de Tráfico abandonando destinos anteriores en el Cuerpo para poder desarrollar aquí su afición a las dos ruedas, y llevaba ya varios años patrullando en moto por las carreteras de todo el país. A bordo de las reglamentarias BMW K-75-RT era rápido, agresivo y le gustaba darle al mango a base de bien, sobre todo cuando el trazado se volvía revirado. Y en su tiempo libre, además, pilotaba una poderosa Kawasaki ZZR-1100 con la que hacía fugaces escapadas a concentraciones y circuitos, ya fuera para ver las carreras, ya fuera para rodar en ellos y ejecutar sin riesgo todas sus habilidades, que no eran pocas. Briongos, por el contrario, y aunque siempre había pertenecido a la Agrupación de Tráfico, era un motorista discreto, sobrio y mucho menos entusiasta que su superior, al que con demasiada frecuencia le costaba seguir en la carretera cuando iban de patrulla, ante el enfurecimiento de aquél, que trataba de explicarle cómo frenar, tumbar y tomar las curvas para que pudiera seguir su ritmo y no se le fuera quedando rezagado:

Sí, mi sargento, haré lo que pueda, pues.

Che, lo que puedas no, Briongos —le recriminaba Nogueras—, sino lo que hago yo, collóns.

Sí, mi sargento.

Pues a ver si es verdat.

Pero el esforzado Briongos, que también sabía andar en moto y no iba parado precisamente, era incapaz, un día y otro día, de seguir al quemado de su jefe, que le iba llevando siempre con la lengua fuera. Hasta que en una ocasión el número, tratando de hacer lo imposible por no perder la rueda del sargento, se dio un buen arrastrón que le mantuvo fuera de servicio veinte días con una pierna maltrecha. Nogueras tuvo entonces que patrullar durante ese tiempo con otro agente que le asignaron, y fue en ese momento cuando empezó a echar de menos a Briongos, no porque el suplente anduviese peor en moto, que andaba más o menos igual, siempre dentro de los estándares profesionales del Cuerpo, sino porque echaba en falta otras habilidades seguramente más importantes cuando las cosas se ponían feas.

Habilidades como el pulso firme y la excelente puntería que tenía acreditada Briongos con su pistola reglamentaria y que en más de una ocasión les había hecho salir indemnes a los dos de situaciones comprometidas, ya fuesen tiroteos o accidentales detenciones de delincuentes y que, en efecto, de no haber sido por esa destreza del número, el propio sargento Nogueras, muy buen motorista pero pésimo tirador, lo habría pasado francamente mal y a buen seguro ya no estaría aquí para contarlo. Así es que Briongos, a falta de gran afición hacia las motos —de hecho ni siquiera tenía moto propia y sólo conducía las del Cuerpo mientras estaba de servicio—, era en cambio un hombre de nervios templados y puntería asombrosa, entre otras virtudes, algo que al sargento le proporcionaba mucha tranquilidad cuando andaban de patrulla.


¡La mare de Deu! —le decía Nogueras con admiración a su subalterno—. ¡A ver cuando me enseñas a tirar de pipa con esa grasia que tú tienes, que un día me van meter sinco tiros por el culo!

En cuantico usté quiera, mi sargento, nos vamos al campo a merendar y de paso pegamos unos tiricos, pues. Ya verá lo fácil que es hacer blanco.

En sus días libres habían ido en alguna ocasión al campo a merendar y practicar el tiro, pero Nogueras no tenía ni la suficiente habilidad ni la suficiente paciencia como para aprender de los consejos del número, y los disparos se le iban altos, o desviados, o simplemente se perdían no se sabía dónde. Esto le contrariaba sobremanera, sobre todo cuando Briongos, casi sin poder contener una sonrisa burlona, le decía:

Mi sargento, está usté tirando al mundo.

¡Anda, calla, cabronaso, que mañana con las motos te vas a enterar!

¡Ay, no, mi sargento! ¡Más carrericas no, más carrericas no, que me lleva usté a toas partes con el culo arrastras!

Un día me voy a traer la seta seta erre mil sien y te vas a dar cuenta de lo que es ir con el culo arrastras, nano.

Un mediodía sofocante de verano estaban los dos guardias apostados en una larga recta de la nacional 296, frente a la estación de servicio de Belisario y el motel del Alto del Tossal, en el kilómetro 178. Junto a ellos, las dos K-75-RT pintadas de verde y blanco, con matrículas PGC-K. El calor era insufrible pero los guardias, ya en manga corta, no podían despojarse de sus reglamentarios cascos abiertos: las ordenanzas lo impedían. Cada cierto tiempo Briongos entraba en el motel y salía con dos botellas de agua mineral helada que se bebían de inmediato y parte de cuyo contenido derramaban a propósito sobre las pecheras de sus camisas verde oliva para refrescarse. Pero no dejaban de sudar, a pleno sol, en mitad de aquella maldita recta despojada de árboles. El tránsito era intenso, y se sucedían las filas interminables de automóviles, autobuses y camiones en ambas direcciones. Invariablemente todos los conductores, al ver a los guardias, levantaban el pie del acelerador y pasaban frente a ellos casi a paso de tortuga. Nogueras ironizaba con esto:

Che, mira qué prudentitos que van ahora estos xiquets.

Claro, mi sargento —respondía Briongos—: es que se acojonan con nosotros, pues.

Pero en cuanto nos marchemos de aquí —añadía el sargento—, ¡hala!, todo dios a ponerse a siento ochenta.

A mí lo que más me jode, mi sargento, es que ellos van ahí dentro tan fresquicos, con el aire acondicionao a tope, mientras nosotros aquí sudamos la gota gorda.

Todo por la patria, Briongos, todo por la patria —decía Nogueras.

Con su permiso, voy por más agua.

¿Más agua? —protestaba el sargento—. ¡Ya nos hemos bebido dos litros cada uno, Briongos! A mi me parese que tú no entras ahí sólo por el agua, ¿eh, bribón?


El número sonrió. En efecto, no entraba sólo a buscar agua. Y ni siquiera lo hacía por aliviarse un momento con el aire acondicionado, que a menudo no funcionaba. Mónica, la camarera del motel, era una treintañera rubia, delgada y prieta, que estaba como un tren. Sus notables encantos eran conocidos a lo largo y ancho de la comarca y mucho más allá, hasta el punto de que legiones enteras de camioneros se detenían en este local a la hora del almuerzo sólo por verla a ella, puesto que la comida del establecimiento era en verdad repugnante. Todos querían ver a Mónica, y más en verano, cuando la chica lucía unos generosos escotes que producían gustosos mareos y deliciosos vértigos al personal masculino.

Ahora me toca a mí ir por agua —dijo Nogueras, guiñándole un ojo a su compañero.

Suerte y al toro, mi sargento.


2 comentarios:

  1. -Promete acción y entretenimiento, al igual que todos tus relatos.
    Además, sabes escribir de tal manera y, nos racionas las entregas que, sin duda, creas adicción.
    Vuelvo a reiterar mis felicitaciones.
    Muchas gracias por compartir tus escritos.

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    1. Muchas gracias a ti por leerme con tanto entusiasmo. Con este nuevo relato en curso (el otro de la guerra civil sigue también activo en el blog correspondiente y se irá solapando con este) estoy en condiciones de garantizar a los lectores mucha acción, intriga y entretenimiento durante varias semanas. Incluso no he descartado la posibilidad, en esta ocasión, de publicar dos entregas semanales en lugar de una, pero ya veremos si es técnicamente posible. ¡Saludos!

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