Tripas mueven pies, que no pies mueven tripas. En el subconsciente tenía yo tal vez registrada esta frase popular que seguramente responde al enunciado de un refrán -o es ya un refrán en sí misma-, pero hasta que no la vi escrita en un letrero a la entrada de la cocina de la suntuosa mansión mediterránea de un buen amigo motorista, tiempo ha fallecido, no comprendí que la había escuchado o leído anteriormente en otro sitio. Nunca comí en aquella casa, y por lo tanto no llegué a saber de la calidad y excelencia de las viandas que se guisaban tras ese cartel tan revelador de la más universal de las servidumbres humanas: el hambre. O, si se prefiere, para despojar a esta servidumbre vital de cualquier connotación peyorativa, mejor diríamos el apetito. Pero es verdad que las urgentes demandas del estómago son las que movilizan al sistema locomotor, y no al contrario. Debe de tratarse, sin duda, de un mecanismo ancestral y protector para garantizar la supervivencia del individuo, obligado por naturaleza a dirigir sus pasos hacia el lugar preciso en donde se encuentra el alimento.
Dicen los entendidos y la mayoría de los españoles que han residido largo tiempo en el extranjero y no han tardado mucho en añorar su cocina materna, que España es el lugar del mundo en donde mejor se come. Este es, o pretende ser, un blog de carreteras, de motos, de viajes y de tantas cosas relacionadas con el acto físico de moverse, de desplazarse, de vagar de un sitio a otro, y en él no podía faltar un ingrediente esencial como la gastronomía, el arte elemental de alimentarse, una cuestión vital e ineludible a la que se enfrentan todos los días todos los viajeros, ya sean apáticos o inapetentes, ya sean aficionados a la buena mesa o consumados gourmets, ya viajen por la carretera en moto, en automóvil, autobús o camión. Y a propósito de los vehículos pesados y de quienes trabajan con ellos, los profesionales de la carretera, es obligado constatar que aquel viejo y popular axioma, seguramente formulado en los años sesenta del pasado siglo, o tal vez antes, que afirmaba que en los restaurantes y casas de comidas de carretera en donde podían verse aparcados muchos camiones a la hora del almuerzo o de la cena se comía bien, sigue estando vigente, como nos recuerda un libro más o menos actual titulado El camionero recomienda, y su página web correspondiente, enlazada en este blog (y vuelta a enlazar pinchando en la imágen, y que conste que no conozco al autor, ni tengo el libro, ni me llevo comisión por promocionarlo), en la que se ofrece un sumario provincial de los mejores establecimientos españoles a pie de ruta. También existen otros libros y guías similares escritos por periodistas gastronómicos y escritores trotamundos muy interesados en contarnos qué han comido en sus viajes a través de la piel de toro. Personalmente, después de haber constatado una gran pedantería y amaneramiento en las opiniones y gustos culinarios de estos enterados cronistas de los fogones, estoy seguro de que me agradará más el criterio pragmático y libre de artificio de los camioneros.
Pero no sólo los transportistas, obligados por el oficio, son expertos en el arte del buen yantar de los caminos. También muchos de los motoristas, en este caso movidos por la devoción y no por el oficio, tenemos grandes conocimientos y descubrimientos gastronómicos que ofrecer al gran público profano de la carretera. España puede que sea también, probablemente, el mejor país del mundo para viajar en moto (se echa en falta mayor extensión territorial, en todo caso), pues su clima es muy favorable muchos meses del año en buena parte de las regiones, los paisajes variados, cambiantes y seductores, la geografía abrupta y accidentada, las carreteras razonablemente seguras que llevan en último término hasta las costas de tres mares distintos y la comida, de lo que venimos hablando aquí, sin parangón con el resto del mundo. Es por ello que un buen número de los motoristas españoles auténticos, inquietos y ávidos de sensaciones por naturaleza, sobre todo los de cierta edad, hayamos descubierto hace tiempo los sublimes placeres de la buena mesa a lo largo y ancho de todo el territorio nacional y sigamos profesando esta religión tan hedonista.
En mi caso concreto, y en el de quienes han compartido conmigo (o yo con ellos) casi un cuarto de siglo en las carreteras españolas a bordo de las más diversas motos y a través de innumerables rutas, es interesante reseñar que la buena comida ha sido siempre una de nuestras prioridades y a ella le hemos dedicado no sólo el tiempo necesario para su reposado disfrute, largas sobremesas incluidas, sino también cierto trabajo amateur de recopilación y divulgación posterior de los mejores establecimientos que hemos conocido y de sus platos más destacados, una tarea que quedó plasmada en su día en algunas modestas guías gastronómicas elaboradas para la peña motorista a la que pertenecíamos entonces.
No pocos de nuestros viajes, y sobre todo de nuestras breves excursiones motoristas de un día, han tenido casi como único pretexto para ser llevados a cabo el hecho de que en tal o cual sitio elaboraban muy bien determinado plato, y unas veces podía tratarse de un asado castellano, otras de un arroz levantino, y otras de un pescado o marisco cantábrico, y unas y otras excelencias gastronómicas han sido motivo más que suficiente para coger las motos y salir a la carretera a hacer pocos o muchos kilómetros, dependiendo de las circunstancias. En términos generales podemos decir que hemos comido muy bien en casi todas partes (pero también regular, e incluso mal, en algunos casos aislados), aunque dentro de las preferencias y gustos de cada uno nunca hemos estado exentos de caer en debates y controversias amistosas que han enriquecido nuestros puntos de vista sobre la cuestión gastronómica y la carretera.
En donde siempre ha habido unanimidad, sin embargo, ha sido a la hora de valorar y ponderar la excelencia memorable de los grandes festines y sublimes homenajes culinarios con los que de cuando en cuando nos hemos permitido el lujo de regalarnos, incluso a costa de comprometer la continuidad y la seguridad de algunos viajes, dado lo poco recomendable de conducir después de una comida copiosa, circunstancia que en nuestro caso ha dado lugar a no pocas anécdotas y peripecias desconcertantes en su momento, pero felizmente recordadas en la actualidad.
Con esta nueva sección periódica del blog, RUTA Y MANTEL, no pretendo en absoluto hacer un simulacro o remedo de guía gastronómica al uso, sino simplemente rememorar todos aquellos establecimientos de carretera, cercanos a ella o ubicados en rutas y poblaciones de especial interés, en donde alguna vez -y a menudo sólo una vez-, hemos disfrutado de una buena comida o cena y que, transcurrido el tiempo, todavía perviven en nuestra memoria, y puede que únicamente en ella, pues muchos sin duda habrán desaparecido y otros habrán perdido el encanto y la calidad de tiempos pasados. Pero algunos de estos restaurantes y los itinerarios que llevan hasta ellos todavía los frecuentamos con asiduidad, son emblemáticos para nosotros, y a ellos dedicaremos una especial atención en este espacio. Por otra parte, es mi intención asociar aquí la buena mesa con la geografía española, la carretera y el turismo en moto, lo que otorga un inmejorable pretexto para recordar y sugerir rutas que merece la pena recorrer con independencia de sus atributos gastronómicos. Y por último, es también mi idea la de recrear nostálgicamente aquellos viajes en moto del pasado en los que todo resultaba más auténtico y genuino, empezando por las propias carreteras, en las que era necesario y peligroso conducir, y terminando en las mesas de los restaurantes y en las barras de los bares, en donde solían darse cita a la vez muchos de los grandes placeres de este mundo.
Próximamente, el primer asalto a los fogones de esta serie: CASA PINET, en Tárbena (Alicante). Ya se está cocinando el reportaje en el horno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.