Un relato de Route 1963
Amparo Signes era el nombre de la señorita valenciana con la que mi hermano llevaba un tiempo carteándose. En los años treinta estaba muy extendida la costumbre de que las parejas se conociesen a través de los anuncios en prensa que bastantes muchachas casaderas publicaban con fines exclusivamente matrimoniales. Seguramente no entraba en los cálculos de Juan el casarse todavía, y menos con una desconocida que vivía en otra ciudad, pero lo cierto es que, por unas u otras razones, aquella mujer valenciana parecía haberle interesado demasiado, hasta el punto de que superada una primera fase de relación epistolar ya se habían intercambiado fotografías personales por correo e incluso, todavía sin conocerse, hablaban por teléfono con relativa frecuencia. Aún recuerdo a la señora Engracia, habitualmente a la hora de la siesta, tocando en la puerta de nuestra habitación y diciendo:
—Señorito Juan, apúrese, que tiene usté al teléfono una conferencia desde Valencia.
Y entonces Juan saltaba de la cama y en pijama salía a los largos corredores de la pensión en busca de aquel teléfono negro en el que siempre se estaban recibiendo conferencias desde algún lugar de España. Cuando las conversaciones se prolongaban más allá de lo que aconsejaba la urbanidad y algún otro huésped deseaba utilizar el teléfono, bien porque necesitase hacer una llamada, bien porque esperase recibirla —y más si era una conferencia—, se producían ruidosos altercados que perturbaban la tranquilidad del establecimiento y fomentaban no pocas enemistades entre sus clientes. Mi hermano Juan, que tenía la fea costumbre de acaparar en exceso el teléfono en sus dulces coloquios con la señorita valenciana, ya había discutido airadamente con todos los demás huéspedes por este motivo.