sábado, 22 de septiembre de 2012

RUTA Y MANTEL. La gastronomía de la carretera. RESTAURANTE CASA VASCA. Las Rotas-Denia (Alicante)


    

     Restaurante atípico y anómalo donde los haya, tampoco podríamos decir que este sea un restaurante de carretera en el sentido estricto de la palabra, si bien sólo un tupido seto le separa de una de ellas, concretamente la CV-7340, en la partida de Las Rotas, Denia (Alicante). Para empezar, en la Casa Vasca (teléfono 966 423 477) no se admiten tarjetas de crédito ni dispone de servicio de bar, como anuncia oportunamente con elocuentes carteles en la entrada. Para continuar, sólo es posible comer o cenar a la carta los fines de semana, pues los días laborables únicamente ofrece un menú completo y abundante a mediodía al precio módico de 10 €, lo que le convierte de inmediato en un lugar a considerar para quienes gusten de la comida casera sencilla, económica y bien hecha, aunque a veces pueda resultar un tanto de batalla. Y también en este aspecto conviene destacar que el menú diario de la Casa Vasca tiene unas peculiaridades muy concretas que forman parte esencial de la filosofía del establecimiento. Por ejemplo, siempre es necesario reservar con unas horas de antelación, pues aquí sólo se cocina la cantidad más o menos exacta de alimentos que van a consumir los comensales diarios, y esto quiere decir que sin reserva previa no comes, aunque haya mesas libres, porque simplemente no hay comida para ti. Por este motivo el primer plato nunca lo elige el cliente, sino que viene dispuesto por el restaurante, y consiste en una generosa perola con un guiso de cuchara que varía de lunes a viernes entre las lentejas, los garbanzos guisados, el marmitako, las patatas con costillas, la purrusalda, las judías pochas con almejas y otros platos recios similares de los que los comensales podrán repetir casi a placer, pues la perola se queda en la mesa y es en verdad muy abundante. Previamente nos habrán servido un somero aperitivo con una loncha de jamón y la preceptiva ensalada para entretener la espera, una ensalada igualmente copiosa y surtida, en la que no se escatima para nada con el atún, el tomate, la zanahoria rallada y las aceitunas, aunque sí, paradójicamente, con la cebolla.




      Llegados a los segundos platos, aquí sí podemos elegir entre carne o preferentemente pescado, esto es, filete de ternera, escalope empanado, lomo de cerdo, trucha a la navarra, pescadilla, salmón, caballa a la plancha, gallo, boquerones fritos, y bacalao y merluza a la romana, cualquiera de estos platos con su correspondiente guarnición de patatas fritas. La carne muy correcta y bien cocinada, y el pescado de gran calidad, sumamente fresco e impecablemente preparado, con raciones generosas que a veces pueden resultar incluso excesivas. Pan, vino, postre y café completan muy honrosamente el menú diario de 10 € en este local familiar que lleva varias décadas funcionando con esta sencilla fórmula de éxito que le ha procurado una clientela fiel y asidua que se encuentra aquí como en su propia casa.





     No hay lugar para lujos, alardes ni filigranas en la Casa Vasca, que ciertamente necesitaría una reforma en sus instalaciones y una renovación de la vajilla, demasiado antiguas y gastadas ambas, pero formalmente su funcionamiento es muy razonable. Dispone de un pequeño comedor interior de inspiración náutica, con barómetros, rosas de los vientos, maquetas de barcos, timones y otros elementos navales decorando sus paredes, y una amplia terraza exterior que resulta muy agradable en primavera y verano cuando las temperaturas acompañan.





     
     Los fines de semana la Casa Vasca se convierte en un restaurante convencional y ya es posible comer a la carta (de hecho no hay menú), y su gastronomía y su precio suben lógicamente varios enteros, pero es entonces cuando hace honor a su origen vizcaíno (Juanjo y Merche, los dueños, son oriundos de Ciérvana), y es posible degustar un excelente buey de mar en txangurro, unas magníficas almejas a la marinera, diversos pescados y mariscos y otras viandas típicas de la cocina vasca tradicional elaboradas con gran maestría y buen hacer, si bien la carta no es muy extensa, todo hay que decirlo, y desde luego en esta tierra mediterránea y arrocera por excelencia ellos no hacen arroces, que para eso existen muchos otros restaurantes de cocina alicantina más o menos reputados.





     En resumen, la Casa Vasca de Las Rotas es un restaurante modesto y sencillo que sin grandes pretensiones ni artificios, tan al uso hoy en día, ofrece una excelente relación calidad-precio, sobre todo en sus menús diarios, y una muy satisfactoria cocina tradicional con productos frescos y bien elaborados que colman las expectativas de gran número de comensales asiduos entre los que me encuentro, motivos sobrados que me han parecido de interés a la hora de dedicarle este breve reportaje en el blog.  
 


viernes, 14 de septiembre de 2012

TRAMO ABANDONADO CON TORO DE OSBORNE




     De su primer trazado decimonónico a las rectificaciones de mejora del Circuito Nacional de Firmes Especiales (CNFE), años 20 y 30 del siglo XX, pasando por los planes REDIA de los años 60 y las adecuaciones de los 70 y 80 antes de quedar definitivamente esta ruta convertida en autovía, la carretera de Madrid a Valencia (antaño carretera de primer orden de Madrid a Castellón y posteriormente carretera general o nacional radial N-III) ha ido sufriendo constantes y puntuales alteraciones mayores o menores de recorrido de las que todavía es posible encontrar interesantes restos abandonados. 
 Algunos son accesibles, otros no lo son tanto, y unos pocos resultan verdaderamente complicados por no decir casi imposibles de alcanzar y de recorrer. En todos ellos la fuerza de la naturaleza se va imponiendo en la misma medida que el hombre se va desentendiendo de la existencia de estos residuos artificiales de su actividad. La vegetación va conquistando y dominando cada palmo de asfalto largo tiempo abandonado, y desaparecen los arcenes bajo los arbustos, árboles y matorrales que echan sus raíces en él, la tierra invade los márgenes y el pavimento se va cuarteando y deshaciendo como consecuencia de los fenómenos atmosféricos hasta llegar a desaparecer casi por completo en apenas un par de décadas. Pero también los animales se enseñorean sin ninguna oposición de estos territorios yermos y dormidos que antes fueron patrimonio humano exclusivo, y ese contraste entre la naturaleza espontánea y viva y la obsolescencia y degradación de las carreteras desechadas es precisamente lo que las hace tan dignas de interés y de curiosidad, cuando no de fascinación, una fascinación que para muchas personas suscitan asimismo otro tipo de ruinas y abandonos más o menos contemporáneos, como fábricas, casas, almacenes, cuarteles, hospitales, instalaciones ferroviarias y un largo etcétera. 
Sin embargo, las carreteras abandonadas, o los tramos resultantes de las mismas, por sus propias características morfológicas, su extensión, su ausencia de grandes elementos accesorios y su integración en el paisaje, impresionan y sorprenden al espectador de diferente manera a como lo hacen otras de las ruinas mencionadas. Quizá lo que más puede llegar a sobrecoger de ellas es el silencio, la quietud, la soledad, la nada absoluta que albergan (excepción hecha de la naturaleza dominante), justamente la antítesis de lo que representa una carretera en uso, por la que siempre están transitando vehículos y en la que raramente impera otra cosa que no sea el ruido, la actividad y el movimiento, y esto por lo menos en las carreteras principales.

 
Una de nuestras prioridades a la hora de acometer la tarea de realizar un detallado documental sobre la antigua N-III ha sido siempre la de visitar y dejar constancia gráfica (videos y fotografías) de todos esos fragmentos de la carretera que han ido quedando abandonados con el transcurso del tiempo como inevitables cicatrices de una obra gigantesca e inacabadada, pero siempre en constante evolución y progreso. Porque además, el componente autobiográfico de estas sensaciones e impresiones personales es innegable, ya que recordamos haber transitado en el pasado por muchos de esos tramos ya en ruinas, lo cual nos devuelve a nosotros mismos una certera noción de nuestra propia decadencia y de la finitud de nuestras vidas. Las carreteras tampoco son eternas, pero se ha calculado que desaparecerán absorbidas y degradadas por la impetuosa naturaleza apenas dos siglos después de que lo haya hecho el último hombre sobre la faz de la tierra. No ha lugar a filosofar sobre este asunto, desde luego. Sería petulante por mi parte el pensar que puede dar para tanto. Simplemente se trata de emociones y de sensaciones experimentadas sólo a flor de piel, y por lo tanto muy elementales y escasamente trascendentes, por más que un repentino exceso de entusiasmo nos pueda llevar a creer lo contrario.
El tramo abandonado de la antigua N-III del que se ocupa este brevísimo video reúne todos y cada uno de los elementos propios a las carreteras en desuso ya mencionados, y uno más, de gran valor cultural, etnográfico, histórico, sociológico y todo cuanto se nos pueda ocurrir al respecto, que nunca nos quedaremos cortos: un genuino toro de Osborne, especie protegida en un país en el que hace bastantes años quedó proscrita la publicidad de las carreteras. Divisar su imponente silueta negra en el inmediato horizonte, entre matorrales, rocas y escombreras, mientras avanzamos despacio sobre el pavimento ruinoso (incluso durante varios metros desaparece un carril completo, convertido en una zanja o trinchera), es algo que alcanza una dimensión estética verdaderamente evocadora.