RESTAURANTE SENDRA
Intensos sabores mediterráneos
Si nos atenemos a la verdad, este no es un restaurante de
carretera. Pero tampoco faltaré a ella si reconozco que, aunque no el único, ha
sido probablemente el restaurante que en más ocasiones a lo largo de tanto tiempo
me ha empujado a la carretera en compañía de buenos amigos, ávidos ellos y yo
de regalarnos con un magnífico festín gastronómico a orillas del Mediterráneo
en cualquier época del año, no existiendo otro pretexto mejor ni más exclusivo
para aquellos viajes.
Unos viajes que se remontan a dos décadas atrás y que fueron
realizados casi siempre en moto desde varios puntos de España, a menudo en
invierno, sorteando diluvios, nevadas y nieblas terribles en la carretera,
algunas veces conduciendo enfermos con fiebre, gripe y otras dolencias acaso
mayores, sin que ello fuera nunca obstáculo bastante para impedir que
llegásemos a tiempo de sentarnos a la mesa en este establecimiento a la hora
del almuerzo. Y como en otoño e invierno los días son muy cortos, no resultaba
extraño que en algunas sobremesas nos sorprendiera la tarde destemplada y
fronteriza con el anochecer apurando los últimos tragos de anís Tenis o del ibicenco licor de tomillo Frígola al calor de una estufa de butano
que algún camarero piadoso había tenido a bien disponer para nosotros después
de una degustación culinaria de muy larga y elaborada digestión.
Pero más largas y elaboradas eran las digestiones en primavera
y en verano, después de comer en el restaurante Sendra y tener que regresar a continuación de vuelta a casa
conduciendo medio millar de kilómetros por carreteras antiguas con ese
abotargamiento pesado y somnífero que producen los estómagos generosamente
satisfechos con los mejores manjares. Imprudencia nuestra, en cualquier caso,
pero recompensados de todos modos por el hecho de que el destino no nos pasara
factura por ello y nos permitiera, una y otra vez, retornar al punto de partida
para volver a entregarnos a los mismos desmanes, a esa existencia errante y
hedonista, plena de intensos sabores mediterráneos y de distancias
inconvenientes que tanto nos motivaban. Teníamos la edad adecuada para vivir
peligrosamente estas experiencias, y no la desperdiciamos. Ninguno de nosotros
se ha arrepentido de ello.
Los críticos gastronómicos no suelen ser demasiado
indulgentes con la filosofía que inspira este tipo de restaurantes costeros. Menú dirigido, denominan sus cartas, a
las que acostumbran a tachar invariablemente de cortas, cerradas y escasamente
atractivas. Como yo no soy en absoluto
indulgente con los críticos gastronómicos, sus opiniones rara vez me interesan.
Pero cuando conozco el restaurante, y el restaurante me ofrece exactamente lo
que yo deseo, las opiniones de los expertos las considero fundadas sólo en la excentricidad y en la pedantería. No me seducen las estrellas Michelín, ni los platos de
nombres enrevesadamente petulantes y contenidos pretenciosos pero
desoladoramente inanes, ni las cartas de vinos exclusivos de a cuatrocientos euros la botella. Yo no
soy crítico de gastronomía, pero ellos tienen que escribir de estas cosas,
aunque la mayoría de sus hipotéticos lectores jamás podrán permitirse mejor
lujo, y no es poco, que comer en un restaurante como este.
En nuestros ya lejanos días de carretera y elaboradas
digestiones, lo que solíamos almorzar en el restaurante Sendra (un negocio familiar fundado
en 1974) era una descomunal ensalada variada y exótica acompañada de diversos
aperitivos de la tierra en la que no solían faltar pulpos y calamares, mariscos
y crustáceos (incluso los afamados erizos de mar, en los meses más fríos del
año), salazones y otros productos tradicionales de la cocina alicantina
litoral, tan diferente a la cocina del interior de la provincia. Para
entretener la espera entre un aperitivo y el siguiente untábamos rebanadas de
pan en los cuencos de rotundo ali oli
casero (ajoaceite) que a tal efecto estaban dispuestos con generosidad en la
mesa, y en cuanto se agotaban las existencias de unas o de otros enseguida
solicitábamos su urgente reposición, que era atendida de inmediato. Para regar degustación tan memorable bebíamos
cerveza y vino blanco sin demasiada moderación, todo hay que decirlo, porque no
habíamos recorrido en moto centenares de kilómetros seguramente terribles,
sobre todo si era invierno, como para contemplar la menor frugalidad en
nuestros hábitos. Después venía el plato insignia de la casa: arroz abanda. Exquisito, sublime,
trascendental. Y abundante, eso por descontado. Imposible encontrarlo mejor en
otro sitio, y lo intentamos entonces y lo hemos seguido intentando después en
muchos restaurantes de la comarca. No lo hemos encontrado, y ya es improbable
que lo encontremos. Incluso en algunas ocasiones en las que el arroz flojeaba,
seguía brillando a gran altura. Por supuesto el arroz abanda se acompaña convenientemente de ali oli, que le otorga ese complemento de intensidad y de gratitud
al paladar, aunque ahora sí, con moderación, para no desvirtuar su excelencia.
Hasta ese momento todo iba bien a nuestros estómagos, incluso
demasiado bien, podríamos decir, y ya era suficiente. Sólo por esto ya merecía
la pena con creces cualquier viaje hasta aquí, por duro que fuese. Pero
entonces llegaban las bandejas de fritura de pescado. Dependiendo del número de
comensales podían ser una, dos, tres… Unas bandejas de aluminio colmadas de
salmonetes, boquerones, pescadillas, palayas… Pescado fresco de la lonja de
Dénia magistralmente rebozado, crujiente y exquisito. Misión imposible, no ya
dar buena cuenta del contenido de cada bandeja, sino siquiera probar más allá
de dos o tres piezas de pescado por persona. Una lástima, porque acababan
retirando las bandejas casi tan enteras como las habían servido.
Por aquellos años se desechaba tanto pescado en el Sendra por puro hartazgo de los
comensales, que con buen criterio decidieron cambiar la fórmula: empezaron a
servirlo justo antes del arroz abanda, y en menores cantidades, de tal manera
que si algo sobraba era el arroz, y no la fritura. Entonces no se estilaba el
llevarse a casa la comida sobrante del restaurante, pero ahora es posible
hacerlo y no está mal visto, con lo cual ya no existiría aquel problema de
antaño. Pero en todo caso las cantidades se han moderado, los precios se han
contenido (incluso han bajado como consecuencia de la crisis), y el restaurante
Sendra ostenta un gran prestigio
dentro del panorama de la restauración local, en el que participan muchos
competidores y no siempre todos demasiado cualificados.
Pero volvamos al presente y a la actualidad de este
establecimiento. No hay muchas indicaciones, y llegar hasta él ya puede suponer
alguna complicación cuando no se conoce bien la zona, porque se halla al final
de un camino asfaltado sin salida para vehículos, que muere en una rambla junto
al mar. Pero antes hay que transitar por un enrevesado laberinto de caminos y
callejones estrechos que desembocan en un sector determinado de la playa rocosa
de Les Rotes (Dénia), en la provincia de Alicante (adjuntamos mapa). El local se
encuentra en una casa de mediano tamaño y una sola planta con ventanales
asomados al mar. El comedor es amplio, agradable y luminoso, pero además cuenta
con dos terrazas exteriores en donde también es posible comer o tomar el
aperitivo, si el tiempo acompaña (ver videos panorámicos en su sitio web).
¿Qué comer aquí? Pues contrariando de nuevo a los críticos gastronómicos, tengo que afirmar que la carta de este restaurante no es corta, ni el menú dirigido, y mucho menos falto de atractivo. Todo lo contrario, opciones hay suficientes y la mayor parte de ellas muy atractivas. El Menú degustación es una de las más indicadas y completas, pues nos permitirá disfrutar de unos entrantes siempre variados, frescos y de temporada (mariscos, crustáceos, salazones, pulpo guisado, pulpo seco, calamares, sepionet, fritura de pescado...). El colofón acertado de este menú es el consabido arroz abanda, cuyas excelencias ya hemos mencionado anteriormente, y los postres caseros de magnífica elaboración, como la tarta de calabaza o el tiramisú, sólo por citar algunos. La carta de vinos es muy aceptable y en ella destacan los caldos locales, afrutados jóvenes de La Marina muy apropiados a la oferta gastronómica del establecimiento (Casta Diva, Bahía de Dénia, Marina Alta...)
Pero también podemos disfrutar de otros manjares memorables y más exclusivos, si la temporada y el mercado lo permiten, como la afamada gamba roja de Dénia, o los erizos de mar (sólo en invierno). Las cigalas a la plancha son absolutamente recomendables, y otro tanto cabe decir del arroz caldoso de marisco, en cualquier época del año, capaz de aventajar sobradamente al mismísimo arroz abanda. Las típicas paellas y fideúas completan el panorama culinario del establecimiento para todos aquellos comensales más o menos convencionales y reaccios a la innovación. Tampoco se equivocarán con su elección.
El personal de servicio es agradable, diligente y muy profesional, incluso en los días más ajetreados del verano, cuando literalmente no dan abasto a servir mesas tanto en el comedor como en las dos terrazas exteriores del local durante varias horas, época en la que también sirven cenas. El personal de la cocina, por su parte, disfruta con su trabajo y se encomienda a él con verdadera dedicación. Son buenos en los fogones, y eso se nota en la mesa.
¿Todo son parabienes en el restaurante Sendra? Desde luego que no, nadie es perfecto y en todas partes hay siempre cosas que mejorar. Pero como ya he dicho antes, no soy crítico de gastronomía y por lo tanto sólo escribo por aquí de los restaurantes que me gustan y de las cosas agradables que encuentro en ellos y que me motivan a repetir la experiencia con asiduidad. Y es precisamente esa asiduidad, de la que proviene la experiencia, la que te enseña a optar por unos platos determinados y muy satisfactorios en detrimento de otros que no te entusiasmaron en su día y con los que no volverás a tomar riesgos.
Estamos a las puertas del verano y es un momento inmejorable para lanzarse a la carretera desde cualquier lugar del mundo, rumbo a Dénia, para hacerle una visita demorada al restaurante Sendra. Intensos sabores mediterráneos nos aguardan allí y nadie saldrá defraudado.
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