domingo, 13 de noviembre de 2016

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 14ª Entrega




Un relato de Route 1963



Pero él no pareció escucharme porque, absorto como estaba en la contemplación de aquella masacre, descendió unos metros por el terraplén y se dedicó a iluminar uno por uno con la linterna todos los cadáveres que teníamos a la vista con una aplicación casi judicial, como si pretendiera identificarlos, descubrir la causa de su muerte o encontrar entre ellos a alguien conocido. Esta operación le llevó unos minutos que a mí se me hicieron interminables, y cuando regresó por fin traía el rostro descompuesto y la mirada tan perdida como deben de tenerla quienes vuelven de una visita al infierno.

Esta noche Caín el maldito se ha paseado por aquí a sus anchas —fue todo lo que se le ocurrió decir.

¿Conoces a alguno?

No he podido verles la cara a todos. No me atrevo a moverlos, pero creo que no conozco a ninguno. Hay tres mujeres. Lo de siempre: un tiro en la nuca.

¿Y a qué esperamos para marcharnos? ¿Es que nos vamos a quedar aquí toda la noche para que nos pase lo mismo que a esos infelices?

Tengo una pistola —me soltó Juan de repente.

¿Una pistola? ¿De dónde la has sacado?

domingo, 6 de noviembre de 2016

AQUEL VIAJE QUE CAMBIÓ NUESTRO DESTINO. (1 de agosto de 1936). 13ª Entrega




Un relato de Route 1963



Bájate de la moto muy despacio y levanta las manos para que vean que vamos desarmados —me ordenó Juan.

Eso hice, y estuve a punto de perder el equilibrio y caerme al suelo. Mi hermano se bajó también, colocó la moto en el caballete y levantó las manos. Y entonces ocurrió algo increíble: el auto arrancó de improviso y sin encender los faros pegó un acelerón precipitado para marcharse camino abajo a toda velocidad levantando una espesa polvareda. Ni siquiera tuvimos tiempo de ver cuántos ocupantes llevaba el vehículo. Juan respiró profundamente aliviado.

Lo sabía —dijo.

¿El qué?

Que iba a pasar esto. Alguien tenía que tomar la iniciativa y facilitarle las cosas al otro. De lo contrario nos habríamos podido pasar aquí toda la noche sin que nadie se atreviera a moverse.

Sí, pero menudo susto. ¿Quién iría en ese auto? —pregunté con viva curiosidad.