lunes, 28 de mayo de 2012

N-332. AMOR Y TRÁNSITO. Parte I (Denia-Oliva)



     La carretera N-332, de Almería y Murcia a Valencia, es una de las más transitadas del Levante español, y lo fue aún más en el pasado, antes de la inauguración de la autopista de peaje AP-7. Por un lado, los desplazamientos turísticos por la costa, y por otro la importante actividad económica y comercial de las comarcas que atraviesa, hacen que el volúmen de vehículos que circulan por ella, y muy en particular el transporte pesado, sea muy elevado. Esto explica también la reciente irrupción de mujeres dedicadas a la prostitución en sus arcenes, al menos en el tramo de este reportaje, entre Denia y Oliva, y que junto con el intenso tránsito que soporta, constituyen dos de las señas de identidad actuales de esta importante carretera.


 
 El antiguo punto kilométrico 182 se encontraba en el límite de provincias entre Alicante y Valencia. Actualmente este punto se corresponde con el km. 204.





El límite de provincias viene determinado por el curso del río Molinell, o Racons, que oficia de frontera natural. El antiguo trazado en el desvío a Denia era una peligrosa intersección al mismo nivel protegida por un stop. Actualmente se ha elevado la carretera en este tramo mediante un puente y una rotonda inferior para evitar la intersección, y se ha desdoblado la travesía de Vergel. Todavía se aprecian restos del viejo firme.


 Desembocadura del río Racons en la playa, límite entre los términos municipales de Oliva y Denia, y a su vez límite provincial entre Valencia y Alicante.

 






     En el límite de provincias aún siguen en pie viejos edificios abandonados, alquerías, chimeneas, y algunos bares de carretera de dudoso negocio. En este en concreto se hace alusión a las anguilas, probablemente procedentes del propio río Molinell que discurre al lado, ya cercano a su desembocadura. Las bolsas de cítricos expuestas en las cunetas, por otra parte, son un típico reclamo comercial y uno de los elementos esenciales del paisaje en esta zona levantina desde que existe la carretera.
     Un asunto aparte, y delicado, es el de la prostitución de carretera, esos amores venéreos y montaraces que se ofrecen pública e impúdicamente al viajero que recorre este eje mediterráneo. Nada más rebasar el límite provincial en dirección a Valencia, proliferan mujeres muy ligeras de ropa o casi semidesnudas en ambos arcenes. Hasta una docena, o más, pude llegar a contar la semana pasada en el tramo de apenas 18 kms. que lleva a Oliva (casi una por kilómetro). No es objeto de la incumbencia de este blog el moralizar, censurar o denunciar tan sórdida actividad en este reportaje, pero sí únicamente dejar constancia de su peligrosidad a los efectos de la seguridad vial, en primer lugar para las propias mujeres, que esperan su trabajo sentadas en sillas al borde de la carretera o que caminan temerariamente por los arcenes, expuestas constantemente a ser atropelladas por algún vehículo, y en segundo lugar para los conductores que transitan por la N-332, demasiado propensos por este motivo a despistes y distracciones que conllevan inevitables frenazos, volantazos y todo tipo de maniobras bruscas y comprometedoras para la circulación.


     
     La prensa local ya se ha hecho eco de esto y denunciado públicamente la situación: Prostitución de alto riesgo.
     Y concretamente, el propio Consistorio municipal de Oliva está decidido a erradicar el problema inminentemente: Oliva erradicará la prostitución para evitar distracciones en la N-332. 

     Pero en todo caso, al márgen de fenómenos temporales como el de la prostitución, la vieja carretera N-332, proyectada y construida, con grandes dificultades técnicas y económicas en algunos de sus tramos (no es el caso de este que nos ocupa), a mediados del siglo XIX, sigue siendo una carretera viva y emblemática, y representa la columna vertebral de las comunicaciones (autopista de peaje al margen) en la región. Este reportaje y el video que sigue a continuación son únicamente un primer avance sobre la realidad actual de la N-332, que espero a corto o medio plazo seguir ampliando con nuevos reportajes sobre otros tramos (al menos de momento algunos de las provincias de Alicante y Valencia) y travesías de las poblaciones de la ruta, de las pocas que van quedando, y en concreto es interesante destacar que entre Gandía y Valencia esta antigua nacional de segundo orden ha sido ya recientemente desdoblada en una moderna autovía, con lo cual la esencia tradicional de la carretera, una vez más, se va perdiendo irremisiblemente. 


     

sábado, 19 de mayo de 2012

LA PARADA DE LOS MONSTRUOS

   En la primavera de 1997 jubilé mi astrosa Honda CB-750 del 93, a la que ya le había hecho más kilómetros que los que debió de tener el baúl de la Concha Piquer en su época gloriosa de cuando hacía las Américas, y me compré una brutal Honda CBR-1100-XX de 164 caballos. Me duró un año. Antes de que cumpliera mil kilómetros, los preceptivos e inaugurales mil kilómetros previos a la primera revisión gratuita, me apreté una señora hostia en Moraira (Alicante), tratando de esquivar a un seiscientos antediluviano conducido por un no menos antediluviano abuelo nórdico, o alemán, que se tiró la intimerata de kilómetros a paso de tortuga y haciendo gilipolleces diversas en la carretera que venía de Calpe. Al final le pude adelantar, ya entrando en Moraira, pero al abrir el puño de la XX (léase “equis equis”, no “veinte”), le debí de meter al motor más caballos de los convenientes (seguramente varias cuadras de auténticos ejemplares pura sangre), y me marqué un recto de acera, con salto de bordillo alto incluido, de tres pares de cojones. Milagrosamente no maté a ningún peatón ni me maté yo mismo contra una farola a la que literalmente afeité en mi caída. Total, nada: una hermosa fractura limpia de la clavícula derecha. Fractura de un tercio distal de la clavícula derecha, dijeron los partes médicos de la época. Y a partir de ese momento vinieron para mí tiempos de gran sufrimiento, claro. Vivencias con las que, si no eres un hombre ya de antes, acabas de formarte como macho ibérico para siempre. Yo ya lo era (no ibérico, como el jamón, sino hombre, a secas), pero me hice más. Los pelos del pecho empezaron a crecerme con inusitadas fuerzas. Lo del tercio distal nunca he sabido exactamente lo que es, ni he tenido curiosidad por mirarlo en algún libro de medicina, pero en aquel momento a mí me sonaba un poco entre cosa taurina y cosa cervecera, así es que, aprovechando la larga convalecencia de los casi tres meses de baja laboral que vinieron a continuación, aproveché para tomar por las tardes, no tercios, sino abundantes litros de cerveza fresquita con limón en las terrazas de los alrededores de la Monumental, esto es, de la Plaza de toros de las Ventas, mi barrio de toda la vida, en la compañía siempre grata de mi amigo Hachegé. El no tenía nada roto, por lo menos a simple vista, pero tampoco bebía Fanta, precisamente. Pero todo esto es otra historia que contaré otro día, con más tiempo, porque tiene miga.
    Estaba diciendo que la CBR-1100-XX me duró sólo un año, y no fue por  culpa de esta caída, sino porque me la robaron del garaje una noche infausta, y nunca más se supo. Pese a todo, en ese año que la tuve, conseguí hacerle 23.000 kms. y mi vida sexual mejoró notablemente. No está mal, pero esto también es otra historia, y no sé si la contaré aquí algún día. El porno se paga. Pero lo cierto es que una tarde que andaba dando tumbos por el centro de Madrid, ya recuperado de mis lesiones y con la moto hecha un brazo de mar después de pasar por el taller, me ocurrió la anécdota curiosa que da título a este breve relato veraniego. Al llegar a la intersección de la calle de Alcalá con la Plaza de Cibeles me pilló el semáforo en rojo y me detuve. A mi izquierda se detuvo al tiempo una CBR-600 un tanto arcaica con dos chavales jóvenes a bordo. Los chicos se pusieron a mirar mi moto de arriba abajo con verdadero interés, curiosidad, o sana envidia, no lo sé, hasta que el conductor se levantó la visera del casco y me preguntó, literalmente y de buen rollito, sin quitar sus ojos de la XX:
    -¿Qué? ¿Qué tal va el monstruo?
   Yo me levanté también la visera para responderle. Al hacerlo me pegó un chasquido la clavícula derecha, todavía dolorida después de la fractura de su tercio distal de los cojones, lo que quiera que fuese aquello del tercio, que fijo que no era de Mahou, ni de la fiesta taurina, ni de la Legión, y entonces me salió del alma:
   -La moto va de cine, tío, pero el monstruo anda todavía un poco jodido.
    Ni siquiera tuve tiempo de ver la cara qué ponían aquellos chicos, ni de comprobar si me habían escuchado, porque en ese momento el semáforo cambió a verde y le metí un viaje tal al acelerador de la XX que me planté en la Plaza de la Independencia (Puerta de Alcalá, para los profanos), volando en solitario y sin saber cómo.
    Y es que, aquí entre nosotros, para qué nos vamos a engañar: la vida se alimenta de monstruosidades.