En los años noventa del pasado siglo XX todavía estábamos en la onda y nos pasábamos media vida en la carretera. La otra media trabajando lo imprescindible para poder coger los días libres necesarios y salir de viaje con las motos a recorrer toda España. Unas motos cargadas de kilómetros que habíamos de cambiar por otras nuevas cada cuatro años. Comprábamos revistas semanales de motociclismo para estar siempre a la última en cuanto a máquinas, accesorios y equipamiento. Buena parte de nuestro presupuesto se nos iba, de este modo, en la información, en las motos y en los viajes, pues hacíamos escapadas de tres o cuatro días casi todos los meses del año, especialmente en otoño y en invierno. No existía el euro, ni los teléfonos móviles, ni los navegadores GPS, ni las cámaras fotográficas digitales, y el litro de gasolina súper de 96 octanos, la más popular en la época, costaba poco más de 100 pesetas (60 céntimos de euro), y el alojamiento y manutención diaria en hoteles decentes de tres estrellas podía llevarse a cabo por unas 5.000 pesetas (30 euros). Tampoco existía el carnet de conducir por puntos, ni la exagerada proliferación de radares para control de la velocidad que existen ahora, ni el afán recaudatorio demencial y abusivo que practican las autoridades de tráfico contemporáneas. Era todo mucho más barato, la vida más benévola y disfrutábamos todos los ciudadanos de mayores libertades. Fueron buenos tiempos que no volverán.
No desperdiciamos las oportunidades que nos brindó aquella época. Éramos un pequeño grupo bien avenido de amigos madrileños y alguno valenciano que nos habíamos conocido por entonces gracias a nuestra pertenencia común a una peña motorista de ámbito nacional fundada a principios de la década y en la que permaneceríamos como socios activos hasta el cambio de siglo. Pero al margen de esta asociación motera de cuyo nombre hoy ya no queremos ni acordarnos, a nosotros, motoristas más independientes, individualistas y reacios en el fondo a cualquier militancia y compromiso colectivo, lo que verdaderamente nos divertía y de lo que disfrutábamos con pasión era viajar por nuestra cuenta, en grupos reducidos de no más de seis personas, haciendo uso de un libre albedrío consentido y heterodoxo, muy alejado de cualquier convención al uso.
Por aquel entonces bien podría decirse que nuestras vidas giraban casi exclusivamente en torno a las motocicletas, las carreteras y los viajes, tres ejes fundamentales de nuestras biografías que habrían de inspirarnos también un cierto culto y afición destacada por la gastronomía, el turismo y la literatura, experiencias adquiridas de las que en su día dejamos oportuna constancia en guías informativas, crónicas, relatos y poemas, de mayor o menor fortuna, que reflejaban nuestras andanzas motoristas por esas carreteras españolas.
Viajeros impenitentes y noctámbulos acreditados varios de nosotros, no era de extrañar, pues, que en alguno de los diversos bares de copas nocturnos que frecuentábamos en la época una noche sí y otra también, cuando no estábamos en ruta con las motos, tuviésemos siempre en depósito y a nuestra disposición un oportuno mapa de carreteras de España para diseñar a pie de barra, entre libación y libación, los viajes futuros que nos aguardaban a la vuelta de una semana o de un mes. No es exagerado afirmar que la mayoría de aquellos viajes fueron minuciosamente planificados y desarrollados en este tipo de establecimientos, a altas horas de la madrugada, con alguna copa de más -o incluso de menos-, lo cual no obsta para constatar hoy en día que fueron impecablemente diseñados y ejecutados con el adecuado rigor y calidad que demandaban nuestras exigentes expectativas viajeras. Habitualmente consistía en un trabajo en equipo, en el que uno se ocupaba de planificar la ruta -solía ser yo-, otro de buscar y reservar los alojamientos y restaurantes, un tercero de recopilar informaciones adicionales sobre las zonas a visitar, y hasta un cuarto encargado de buscar las fechas más idóneas y comunicárselas a los posibles interesados, generalmente no más de tres o cuatro personas, pues como he dicho antes se trataba de viajes con un reducido número de participantes y de motos.
Aquellos fructíferos años noventa en la carretera generarían una ingente cantidad de material gráfico (fotografías, crónicas, relatos, documentos, etc.) que a día de hoy todavía no hemos sido capaces de organizar y clasificar convenientemente en su conjunto, dadas las dimensiones enormes de la tarea. Un material, además, que nunca ha dejado de crecer, pues si bien es cierto que en la actualidad apenas si viajamos con las motos más allá de excursiones cortas de un día con regreso a casa por la tarde o noche, hemos añadido un nuevo elemento de recopilación testimonial de nuestras escapadas, como son las cámaras de video, un dispositivo impensable en el pasado, o bien al alcance de muy pocos privilegiados, pero fundamental para dejar constancia de las ya escasas experiencias que seguimos disfrutando en la carretera.
En esta sección del blog hablaremos e ilustraremos gráficamente aquellos amenos y gloriosos viajes realizados hace veinte años, pero también lo haremos de otros incluso más antiguos y de otros incluso más recientes, para que quede constancia virtual de los mismos y por si pudieran ser motivo de interés y de curiosidad para los potenciales lectores de estas páginas modestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.